Ambiente solemne vs. Anécdota intrascendente
Conclusiones críticas de Las anécdotas del Parlamento. Se abre la sesión
- Tras la lectura detenida de la obra se percibe una cierta diferencia entre el parlamentarismo que nos describe Carandell con respecto al actual que presenciamos en los debates que vemos por televisión. Da la impresión de que éste es bastante menos espontáneo ya que muchos parlamentarios se limitan a leer lo que traen escrito. Podríamos calificar este último de “políticamente” más correcto. Son muy pocos los parlamentarios que se permiten alguna salida de tono. Creo que los políticos de hoy en día son más conscientes de que una ”salida de tiesto” podría significar el descrédito ante miles de televidentes y prefieren no arriesgarse. Estoy segura de que muchos reprimen sus impulsos con lo que se pierde en frescura y naturalidad.
- Humor inteligente: El humor que se pone de manifiesto en las anécdotas del libro es inteligente, de estilo abierto, desenvuelto y humorístico, y como tal se acomoda a la inteligencia de las cosas y del lenguaje precisando de una superioridad intelectual. Por el contrario, en el momento actual da la impresión de que se piden disculpas por hacer un juego de palabras o uno se burla inmediatamente de su propia agudeza. Lo dicho, el humor no es políticamente bien visto por nuestros representantes parlamentarios que temen herir sensibilidades. Es como si asistiésemos a una pacificación de lo cómico en la vida política. Se liquidan las risas a favor del código de los buenos modales, las instituciones, en general, se vacían de su carga emocional. Del código del honor que se permitía algunas licencias humorísticas se ha pasado al código de la respetabilidad y al de lo políticamente correcto. Esta sensibilidad ya se puede apreciar en una de las anécdotas en la que la señora Alberdi pedía al Gobierno que dejara de hacer comentarios sexistas y trasnochados sobre el papel de las mujeres en la sociedad y que acabó con el abandono del hemiciclo por parte de todas las diputadas, menos las del PP, que fueron posteriormente a pedir amparo al Presidente del Congreso.
- Discurso político banalizado: En la sociedad actual hay una gran indiferencia hacia todo lo que “huela a política”, muchas veces de los debates parlamentarios solo llega hasta nosotros la mera anécdota. La indiferencia crece y las declaraciones de un ministro no tienen mayor valor que un folletín. El prestigio y la autoridad de los políticos está desapareciendo con la velocidad del rayo. El discurso político ha sido desacralizado, banalizado, situado en el mismo plano que el de los mass media y la política se ha convertido en una máquina neutralizada por la apatía de los ciudadanos, mezcla de atención dispersada y de escepticismo. A los ciudadanos solo nos interesa lo espectacular o la anécdota. Hemos liquidado la conciencia rigorista e ideológica en aras de una curiosidad dispersada, captada por todo y nada. Solemos quedarnos con las anécdotas que escuchamos en televisión sobre los debates parlamentarios y somos muchos los que no profundizamos en la cuestión, de ahí que los gobernantes se preocupen tanto de qué imagen es la que están mostrando ante los medios, dispuestos estos siempre a reflejar la anécdota y la salida de tono, frente al discurso riguroso y sensato que “pasa” muchas veces inadvertido por el gran público profano en la materia.
- La religión sale del parlamento: Desde siempre la política y la religión han estado juntas y a veces revueltas. La simbiosis Iglesia- Estado, ha sido durante mucho tiempo la fórmula dominante, pero en los últimos tiempos la religión ha ido separándose de la política y alejándose también del Parlamento. Por ejemplo antes hubiese sido impensable que un cristiano pudiese ser izquierdas. Pero en la actualidad tenemos muy asumido que estas dos vertientes van por caminos dispares, aunque a veces se planteen cuestiones en las que entren en conflicto.
- La crónica parlamentaria como género ilustre del periodismo: A diferencia de lo que pudiera parecer, y a diferencia de el resto de informadores, los cronistas, no se fijan especialmente en la cuestión política que se vive en la Cámara, sino que están más pendientes de los movimientos de las personas, de su forma de actuar o su manera de hablar. Recogen en sus artículos las anécdotas del día, y mientras que la pura información política es efímera y apenas se comprende una vez pasada la situación que la provocó, la crónica sigue vigente ilustrándonos tiempo después sobre cómo era la época en la que se escribió.
- Documentación: Un gran valor que muestra la obra de este cronista parlamentario es la facultad de entretener al gran público aunque no esté versado en la historia política española. Sabe arropar cada anécdota con un mínimo de antecedentes históricos suficientes para que incluso los más incultos nos situemos, pero sin que resulte excesivo ni farragoso. Asimismo las descripciones ambientales son funcionales, lo que dota a los pequeños relatos de un ritmo rápido en consonancia con la gracia a veces intrascendente de muchas de las anécdotas.
Igualmente una cualidad que podemos resaltar es que la obra puede ser leída sin ningún orden determinado, como libro de cabecera. A ratos perdidos, sin el temor de que se pierda el hilo argumental.
Es innegable el valor documental, de recopilación de datos , hechos y cronistas como también lo es el modo ameno de dárnoslos a conocer. - En la política también se torea: Tanto en la política como en el toreo aparece la envidia, la soberbia y el afán por ser reconocidos públicamente. Incluso, se ve el choque generacional entre la escuela antigua y la moderna. Según el Conde de Romanones “el toreo, como la política, requiere vista para entrar a tiempo en la suerte, corazón para rematarla; técnica para despegarse del enemigo; agilidad de brazos para vaciarlo, evitando el embroque; oportunidad para entretenerlo dándole una larga y tantas otras cosas muy parejas. En la plaza y en el Parlamento existe igual emulación entre los primeros espadas y los oradores cumbres; igual sed de aplausos y las mismas envidias y soberbias; [...]”.
- Discursos que parecen poesía: excesos verbales: Muchos parlamentarios a lo largo del tiempo han empleado un verbo rico y florido para desesperación del resto de parlamentarios. Palabrerías lejanas a los intereses y preocupaciones reales del país. Prueba de ello es el caso de Luis de Tapia, que escribió Coplas del año (1919) en las que se queja de la palabrería de los señores parlamentarios de su época. Sirva también como ejemplo el caso de Don Emilio Attard, que utilizaba este tipo de lenguaje que Luis Carandell llamó irónicamente Locos de Atard.En la actualidad seguimos encontrando casos similares en los que existe un lenguaje sin contenido, carente de funcionalidad, que solo para el lucimiento personal de quien lo utiliza. Como ejemplo reciente tenemos el caso que llevó hace poco a Federico Trillo a exclamar con el micro aún abierto: ¡Manda huevos!, ante todo el hemiciclo, tras leer una enrevesada frase de un proyecto de ley del gobierno.
- Violencia verbal en el hemiciclo: Asimismo cabe destacar la otra cara de la moneda: un lenguaje soez empleado para intimidar al contrario y que en lugar de perderse entre tanta retórica, ataca directa y personalmente.
- El valor por el contraste: La “gracia” de muchas anécdotas que nos cuenta Carandell en su libro reside simplemente en que se producen en un ambiente rígido y solemne. Las sesiones parlamentarias discurren en una especie de ceremonia circunspecta, y cuando ese ritual se rompe por algún motivo, es entonces cuando surge la anécdota. Se la valora por contraste con el ambiente serio y formal en el que aparece, en un ambiente distendido ni siquiera merecerían la denominación de anécdotas. Si no aparecieran como raras flores de invernadero no se las valoraría ya que únicamente tienen el valor del dato histórico y de ruptura de la monotonía y escaso valor en sí mismas.
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